Espacios. Vol. 13 (1) 1992

El papel de la ciencia en la innovación tecnológica

The role of science in technological innovations

Horacio Viana y María A. Cervilla


¿Cómo ha sido la relación entre ciencia y tecnología en los países subdesarrollados

Los estudios citados anteriormente han sido llevados a cabo a partir de la experiencia de los países desarrollados. Lamentablemente, en los países subdesarrollados no abundan los trabajos empíricos dirigidos a estudiar las interrelaciones entre ciencia y tecnología. Entre los pocos disponibles cabe citar aquellos que se agrupan dentro de la llamada tesis de la “marginalidad de la ciencia”, los cuales plantean, en cierta manera, la idea de internalización anteriormente aludida. Vale la pena ahondar un poco al respecto.

El concepto de marginalidad fue tomado de cierta corriente de la sociología latinoamericana que trataba de explicar la posición de ciertos grupos sociales dentro de la sociedad capitalista. Este concepto fue empleado para señalar que la actividad científica y tecnológica en América Latina no desempeña ningún papel importante para el desarrollo de los países de la región, hasta el punto que se trata de una actividad de las que perfectamente pudiera prescindirse sin que el funcionamiento de las economías se vea mayormente afectado.

Los teóricos de la dependencia han argumentado que la ciencia fue una actividad completamente marginal y que los países subdesarrollados fueron receptores pasivos de una tecnología costosa e inapropiada, lo que condujo a que, a lo largo del tiempo, se observaran muy pocos cambios en su situación de dependencia estructural (Furtado, 1964).

Esta posición marginal de la ciencia fue básicamente interpretada como un hecho de carácter histórico. Desde esta perspectiva, el atraso científico y tecnológico de América Latina se explicaba, en buena medida, por haber sido descubierta por España y Portugal, los países que quedaron fuera de la revolución industrial y los cuales presentaban un marcado retraso en relación con el desarrollo científico alcanzado en Inglaterra y Francia. De esta manera se trasplantó hasta le región un modelo social reñido con la concepción moderna de la ciencia, la que había hecho factible el avance de las potencias europeas de la época. Dentro de esta óptica, las naciones latinoamericanas fueron, desde sus inicios, dependientes y, en tanto tales, vieron determinadas sus economías por su ubicación dentro de la división internacional del trabajo, división que les asignó el rol de exportadoras de materias primas o de bienes de consumo poco sofisticados y de importadores de productos y servicios con un relativamente alto contenido tecnológico.

En este contexto, de acuerdo con este planteamiento, las relaciones entre ciencia, tecnología y producción no se dieron de la manera como, supuestamente, se dan en los países desarrollados y es precisamente allí, en esa falta de vínculos, donde se apoya la explicación estructural de la marginalidad de la ciencia en las sociedades latinoamericanas. Se decía, en efecto, que la ciencia latinoamericana guardaba más nexos con la ciencia de los países avanzados que con el sistema tecnológico o el sistema económico de la propia Latinoamérica, y lo mismo sucedía, mutatis mutandi, con la actividad tecnológica y la actividad económica (Jaguaribe, 1974; Furtado, 1970; Sunkel, 1977, Sagat, 1979).

En un intento por abordar el tema de una manera más particular, esa falta de vínculos se pretendió aclarar por la vía de algunas explicaciones que, en buena medida, se hicieron complementarias de la interpretación más global. En una de ellas se sostenía que los países latinoamericanos habían adoptado un modelo de desarrollo que los predisponía obligatoriamente a la adquisición de tecnologías extranjeras, y minimizaba, por tanto, la necesidad de tener que contar con una actividad científica y tecnológica propia. En otra se argumentaba que el aparato científico-tecnológico local generaba una oferta inadecuada en términos de las necesidades del país, bien porque en los países latinoamericanos la comunidad científica se orientaba por los patrones establecidos por “la ciencia universal” y no por los intereses locales, bien porque se trataba de ciencia básica (lo cual en cierta forma era una manera de decir casi lo mismo); para una tercera explicación, la oferta era adecuada o pudiera fácilmente serlo, pero los empresarios no le tenían confianza a los resultados obtenidos por el sistema científico y tecnológico local, pero se carecía de los mecanismos necesarios para la vinculación de esa oferta con su demanda natural. Dichos mecanismos debían permitir, por un lado, que se explicitaran las demandas de la sociedad y, por otro, que se pudieran aplicar los resultados que genera el sistema científico y tecnológico local.

Entonces, el problema de desarrollo tecnológico en la empresa, pasaba a ser un problema de “creación de vínculos”. La siguiente frase de Sábato y Botana (1968:143) expresa claramente ese planteamiento:

“NO BASTA, SIN EMBARGO, CON CONSTRUIR UN VIGOROSA INFRAESTRUCTURA CIENTÍFICO-TECNOLÓGICA PARA ASEGURAR QUE UN PAÍS SEA CAPAZ DE INCORPORAR LA CIENCIA Y LA TÉCNICA A SU PROCESO DE DESARROLLO: ES MENESTER, ADEMÁS, TRANSFERIR A LA REALIDAD LOS RESULTADOS DE LA INVESTIGACIÓN; ACOPLAR LA INFRAESTRUCTURA CIENTÍFICO-TECNOLÓGICA A LA ESTRUCTURA PRODUCTIVA DE LA SOCIEDAD”.

En el marco de las diversas percepciones de la marginalidad de la ciencia, casi todas las políticas que presumiblemente habrían de corregirla, se apoyaron básicamente en el difundido “triángulo de Sábato”, según el cual, para que la ciencia sirviera efectivamente al desarrollo económico, había que lograr una triple vinculación que conectara al gobierno (ente regulador), a la empresa (ente receptor de tecnologías) y al sistema científico (ente productor de conocimientos).

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